Quería empezar esta sección hablando de algo que leo y escucho mucho por ahí sobre la gente que escribe. ¿Cómo se nos ocurren las ideas? ¿Las pensamos y repensamos durante meses? ¿Organizamos toda la historia antes de comenzar a escribirla? ¿Hay que buscar un sitio ideal para ponerse a escribir? La verdad es que hay para todos los gustos pero como esta sección trata de lo que hago yo en concreto, os cuento: No hago nada. Así, sin más. Absolutamente nada extraño antes de ponerme a escribir. A veces saco ideas de las cosas más absurdas, otras veces surge por un sueño que he tenido y otras veces es fruto de una conversación de broma con las amigas. Claro que ahora tengo más sencillo empezar cualquier historia nueva porque todas las mías están conectadas en algún punto y mientras escribo una, se me vienen a la cabeza escenas para otra. Pero, ¿cómo se me ocurrió empezar a escribir? Porque en algún momento tuve que ponerme desde cero. Para eso necesito remontarme incluso a un momento en el que no sabía siquiera escribir.

Yo me recuerdo así de feliz y concentrada, escribiendo mi primera historia sin saber escribir. Yo siempre a destiempo.

Estaba yo tan feliz con un lápiz y un papel, desarrollando una historia increíble que tenía en mi cabeza. Recuerdo que estaba sentada en la alfombra del salón y todavía tengo en mi mente el momento en el que acerqué a mi madre, sentada en un sofá a mi lado, el papel que contenía esa historia. «Ay, qué bonito dibujo, nena» fue su respuesta. «¿Dibujo? ¡Es una historia!», pensé. En ese instante vi el papel que acababa de ofrecer a mi madre y me horroricé. ¿Dónde estaba todo lo que había escrito? ¡Eran solamente garabatos! «Ah», recordé, «si es que todavía no sé escribir…». Ni os imagináis la frustración que sentí porque sabía que se me iba a olvidar aquella historia tan genial por no poder escribirla. Imagino que estaría basado en algún dibujo animado o alguna película que me habrían puesto hacía poco. A tanto no llega mi memoria. 

Es de mis libros favoritos del mundo entero mundial

Lo siguiente que recuerdo estar escribiendo es un fanfic de «La historia interminable». Los personajes todos eran de mi entorno y la historia no tenía mucho de original, la verdad. Creo que tenía… ¿diez años? No recuerdo bien. El caso es que lo escribí incluso a ordenador y lo imprimí a petición de mi madre. Gracias a eso todavía conservo la historia. Como habréis adivinado, saqué la inspiración después de leer ese libro. Por algo se empieza. Por eso, cuando veo a alguien hacer un retelling o un fanfic, siempre me acuerdo que de cierta forma así empecé yo hace años y es una manera como otra cualquiera de inspirarse, ¿por qué no? Leer mucho siempre hace que me entren ganas de escribir, o por lo bien escrito que está el libro que leo o por lo mal llevado el tema e incluso mal escrito directamente, y eso ya no es por inspiración: escribo por pura rabia, para desquitarme de lo que mis ojos acaban de ver.

Me parece que fue con unos doce años cuando nos mandaron en el colegio hacer una redacción libre. Escribir lo que nosotros quisiéramos. Me emocioné tantísimo que acabé escribiendo un relato de ciencia ficción en donde una niña viajaba al futuro. Había en ese relato incluso crítica social. Disfruté mucho escribiéndolo y fue la redacción que menos tardé en escribir (en serio, profesores de colegio, contar las vacaciones de semana santa no hace que un niño aprenda a expresarse mejor y lo único que consigue es que aborrezca escribir. Mejor dile una palabra y que a partir de ahí se invente una historia, no sé…) Recuerdo que me tocó leerla en clase y fue una sensación increíble cuando me di cuenta de lo atentos que estaban todos a lo que yo contaba. Al terminar la clase, me venían a preguntar cosas de la historia y querían saber cómo continuaba. ¿Ahí fue cuando pensé «ah, pues no está mal enseñar a otros lo que escribo»? Puede ser así que cuando alguien os muestre lo que escribe, escuchadle con atención. Por si acaso.

Después empecé a escribir poemas (esta etapa suele ser muy común por lo que he visto por ahí), tenía un profesor que me presentaba los poemas a cuanto concurso literario salía. Me parecía alucinante que se preocupara por mí de esa forma, que incluso leyera mis poemas en otras clases. Pero en cuanto leí el ganador de uno de esos concursos, recuerdo que pensé «éste debe ser familia de alguien del jurado» por lo horrible que era su poema y ya no volví a confiar en concursos y premios literarios. Mi yo de quince años se desencantó de todo aquello y no he vuelto a confiar jamás. En realidad me daba igual ganar o perder, yo ni siquiera miraba lo que iba a ganar ni nada, solamente me gustaba escribir y de hecho seguí escribiendo después de eso así que, que nadie me venga a decir «is qui ti dibi invidii pirqui ti ni guinisti». 

Acabo de recordar que durante años escribía historias a mano en cuadernos. Eran eróticas. Yo era adolescente y bueno, aquello no se podía enseñar a nadie porque en mi entorno me habrían llevado al psiquiatra lo menos. No había sido el boom de la literatura erótica como fue desde hace unos años y estaba bastante mal visto entonces. Pero la verdad es que no me importaba. Escribía esas historias aunque nunca llegaba a terminarlas. Antes de eso rompía las hojas y me deshacía de aquello. Sí, esas historias se perdieron para siempre. Bueno, en realidad… En la práctica todo aquello lo tenía en mi cabeza, así que a día de hoy de vez en cuando escribo escenas que en su día ya había escrito. Nunca se sabe si aquellas tontas historias que creías hace años que no valían para nada, te van a servir en el futuro. Aprendí que no había que despreciar nunca la inspiración que se tiene, aunque en ese momento pienses que son tonterías. Yo sacaba las escenas de cualquier situación del día a día, basándome en lo que veía en la gente o en lo que yo misma sentía. Todo servía. Y años después unas cuantas escenas de esos relatos están plasmadas en las historias actuales. Puede que por eso hay gente que dice sobre mis historias que hay escenas muy reales y se preguntan si todo eso sucedió alguna vez e incluso si alguno de mis personajes es real. Eso también lo aprendí con aquellos relatos de la adolescencia: al ser sobre cosas cotidianas, me acostumbré a escribir escenas muy reales. ¿Veis? Si es que nunca se sabe lo que se va a aprender escribiendo cualquier cosa que consideras una tontería.

Buscando para este artículo mi antiguo blog (Casa del Libro se comió la plataforma y la cerró al parecer) me encontré con una «reseña» de alguien sobre mi blog. David, seas quien seas, me caes bien.

Qué más, qué más… Los blogs. Tuve un blog como a los veinte años. Empecé a escribir ahí lo que opinaba de mis lecturas y de vez en cuando publicaba algún fragmento en prosa que se me ocurría. No recuerdo bien si primero vino escribir esos fragmentos y luego el blog o si fue al revés. Pero en esa comunidad (Libro de Arena, todavía lo recuerdo) formamos unas amistades de las que a día de hoy todavía conservo alguna incluso. Aprendí que era divertido seguir teniendo ese feedback (me acuerdo que a veces me decían «ya toca ir escribiendo algo más alegre» y eso me ayudaba a cambiar de registro) pero también que hay gente que escribe que demanda atención absoluta y no le gusta que tú también tengas parte de esa atención que cree merecer él o ella solamente. El ego de quien escribe es enorme en ocasiones y no siempre saben controlarlo.

Creo que pasar por todas esas etapas me llevó a donde estoy hoy. No empecé a escribir historias de miles de páginas sin más. De hecho, antes era incapaz de escribir más de una docena de páginas y escribía con un lenguaje algo rebuscado y demasiado floreado. Y un día, después de haber estado leyendo el enésimo libro de los que me enviaban para reseñar en mi revista y pensar algo bastante poco positivo sobre ello, empecé a darle vueltas a la idea de escribir yo mi propia historia. De nuevo, motivada por la lectura (en este caso, lectura mala a conciencia además) Porque no me gustaba meterme en los mundos que creaban en los libros que me estaban enviando. No entendía por qué la gente creaba esas historias si podían hacer lo que quisieran con ellas; ellos eran los que las escribían, ¿no? Y ahí me dije: «escribe tú una si eres capaz, lista». Y después de tantos años de leer, de practicar con distintos géneros, de tratar con gente que también leía, que escribía, de conocer mejor el mundillo literario de tanto acercarme a él desde distintas posiciones, comencé a plantearme qué mundo quería crear para divertirme en él mientras lo escribiera.

¿Qué es lo que me sirvió? ¿Cómo se me ocurrió la primera idea? ¿Cómo pude empezar a escribir la primera palabra? ¿Salió bien la nueva experiencia?

Todo eso lo contaré en la siguiente entrega…

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